Las células de los seres humanos, de los animales y de las plantas desprenden luz bajo la forma de biofotón. Esta luz es capaz de permitir un intercambio de información entre los organismos, incluso a grandes distancias.
Cada célula de nuestro organismo emana una luz similar a la de una vela colocada a 25 km de distancia. De manera que la suma de todas las células da lugar a una destacada luminosidad.
Mitsuo Hiramatsu, científico del laboratorio Photonics de Japón, ha comprobado que las uñas emiten 60 fotones por minuto, los dedos 40 y las palmas sólo 20 (datos publicados en el Journal of Photochemistry and Photobiology).
Algunos científicos japoneses fotografiaron a cinco voluntarios con una máquina fotográfica particular, capaz de revelar la luminosidad de cada fotón individual. el rostro es lo que presenta una mayor luminosidad: esto se debe a que, al tratarse de la zona más expuesta al sol, tiene un mayor índice de melanina, un pigmento que contiene un componente fluorescente que aumenta la luminosidad de la piel. la luminosidad de los cinco sujetos llegaba a su punto culminante a las 16:00 horas y alcanzaba el mínimo a las 10:00 horas.(ver foto)
La teoría de los biofotones demostraron que estas emisiones de luz regulan el crecimiento y la regeneración de las células, además de controlar todos los procesos bioquímicos.
La luz es portadora de señales y mensajes ¡y, sin su presencia, estas informaciones no pueden transmitirse!
Si colocamos dos pipetas con sangre de cerdo, una al lado de la otra y separadas por un vidrio que permita que penetren los rayos ultravioleta y a uno de los dos vasos se le añade un agente patógeno, la sangre contenida en ese vaso reacciona de manera natural y empieza a producir anticuerpos. Poco tiempo después,la sangre del otro vaso comienza a generar los mismos anticuerpos que la del primer vaso, incluso aunque no tenga ese agente patógeno.
En cambio, si se bloquea la transmisión de luz entre los dos vasos por medio de un vidrio o una pared que altere la radiación ultravioleta, la sangre del segundo vaso no reacciona generando anticuerpos.
El bioquímico Fritz-Albert Popp manifestó que se pueden encontrar claras relaciones entre luz fotónica y enfermedad. Él y sus colaboradores sostienen que, en los enfermos, la luminosidad está alterada.
Así, una luminosidad reducida en nuestras células está relacionada con un desequilibrio y con la enfermedad, y, por tanto, la luminosidad adecuada indica un estado de salud y bienestar.
En definitiva, la luz que emana de nosotros ejerce cierta influencia en la actividad celular, emocional y mental de otros organismos, ya sean éstos vegetales, animales o humanos, e interactúa con el ambiente externo, modificando la materia mediante la información que transporta.
Las enfermedades del cuerpo humano son señales que nos invitan a observarnos, a conocernos y a cambiar. Ignorarlas o calmarlas mediante fármacos no resuelve el problema porque, de un modo u otro, se manifestará de otra manera.
El ADN humano contiene toda la información de lo que somos y funciona como una estación retransmisora de biofotones: recibe la luz, asimila la información que contiene y la envía a las células de nuestro cuerpo, dirigiendo todos los procesos vitales.
El ADN humano es una verdadera «antena electromagnética» que recibe e interpreta los mensajes de la luz, con independencia de que provengan de las células del interior del organismo como del exterior.
Los biofotones, oportunamente producidos por nuestro ADN, garantizan la polarización de las membranas celulares: un aporte escaso de biofotones reduciría la polarización celular y conduciría a la enfermedad. Según esto, las enfermedades disminuyen la fuerza y las características de la emisión luminosa y este descubrimiento podría conducir a metodologías
menos invasivas en el campo del diagnóstico médico.
De nuestra luminosidad interior depende nuestra salud. Los estudios sobre los biofotones tienen en cuenta incluso los alimentos que ingerimos y la luz que contienen, ya que ésta también se halla en los alimentos, sobre todo en los vegetales frescos. Cuanto más pasan los alimentos por procesos de elaboración, más parece que pierden su reserva de luz, de manera que incluso disminuye su poder nutritivo sutil. En cierto sentido tendemos a ingerir «alimentos muertos», es decir, sin luz.
“La luz solar es el sustento y LA MEDICINA MÁS PODEROSA que tenemos a nuestra disposición, aunque la mayoría de la gente no tenga conciencia de este recurso. Podríamos utilizarla para obtener energía limpia y evitar explotar y devastar este planeta, pero parece que la conciencia humana tenga que llegar al filo del abismo para darse cuenta de esta posibilidad”
“El exceso de luz artificial tiene el mismo efecto que una mala alimentación: palidez, apatía, tendencia a la depresión y reducción de la energía vital, y de la eficacia del sistema inmunitario, además de una tendencia a engordar, como ya le he dicho. HAY QUE TOMAR EL SOL TODOS LOS DÍAS DEL AÑO 15 minutos, o la luz cuando no hay sol directo. Por supuesto, evitar el exceso en verano y seguir pautas como no exponerse en las horas de mayor incidencia. La puesta y la salida del sol son dos excelentes momentos, porque la radiación solar es inferior a la de un televisor, y la acción terapéutica es igual de profunda y eficaz” Daniel Lumera
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